Christophe Honoré nació en 1970, un año que le marcaría: a algunos de sus ídolos cineastas o escritores no pudo conocerlos por muertes prematuras, y muchos de ellos a causa de la plaga de los noventa, el sida, haciendo que la fatalidad impidiera redondear o rematar trayectorias de valor incuestionable.
El autor francés, excrítico de Cahiers du Cinéma con fama de grandilocuente y de larga trayectoria tanto en la dirección de largometrajes como en el mundo de la literatura –ha escrito numerosas novelas para jóvenes, y su ensayo «Triste moralidad del cine francés» provocó una agria polémica en la comunidad cinéfila gala–, parece tirar de toque autobiográfico en Vivir deprisa, amar despacio, un relato ambientado en los primeros años noventa, época de pasión no ya tan libre por la conmoción que provocaría la enfermadad. En su undécimo trabajo, Honoré saca a pasear a sus héroes en un romance homosexual a ratos literario, por momentos desbocado, y siempre en el abismo de la autodestrucción.
Vivir deprisa, amar despacio
Nos propone un sensible, nostálgico y pudoroso retrato alrededor de un reputado escritor de mediana edad y un joven de provincias, claro trasunto del director, que aspira a dedicarse al cine, en una era en la que despertar a la vida y otear su fin parecían experiencias demasiado cercanas. Recogiendo los ecos románticos y resquebrajados del cine de Leos Carax y Philippe Garrel, la película recorre numerosas referencias cinematográficas, musicales y literarias.
“Allí donde Koltès podría mirar a los ojos de Truffaut, con Fassbinder como testigo y el póster de Querelle presidiendo una de las habitaciones.”
Javier Ocaña
Cementerios como el de Montmartre, en donde observar las lápidas de Koltès o Truffaut, el Arlequín de Picaso en el Centro Pompidou, Hervé Guibert, Jacques Demy –fallecidos por las fechas en que se sitúa el largometraje–, o referencias a El piano de Jane Campion, dan la impresión de querer dibujar antes un retablo agridulce con pulsiones de vida y muerte que de dejarse llevar por la cadencia agónica del réquiem o la reivindicación activista que veíamos en 120 pulsaciones por minuto.
Película poética, visual y sonora –del Cars and Girls de Prefab Sprout al One Love de Massive Attack, genialmente utilizadas–. Compitió en la sección oficial de largometrajes en el Festival de Cannes. Consiguió en el de Sevilla el galardón de mejor actor para sus dos protagonistas, Vicent Lacoste y Pierre Deladonchamps.
Yema, sólo yema
“A la vez urgente y meditabunda, romántica pero pragmática, y llena de melancolía pero también de alegría de vivir. Posiblemente, la mejor película del francés.”.
Nando Salvá: Cinemanía
“Película crepuscular, melancólica, pero también recorrida por una corriente de vitalidad interna que consigue que su carácter errático se transforme en un ejercicio de honestidad y libertad narrativa.”.
Beatriz Martínez: El Periódico
Jueves 21 Noviembre a las 20:30 horas en el Teatro Cine Avenida de Jaraíz. Entrada a 3€ y Bonos de socio disponibles en taquilla.
Be the first to comment