Que Isaki Lacuesta no se llevara el premio a mejor dirección o que este último trabajo suyo no fuera laureado con el de mejor película es, para muchos y junto a las ausencias de Quién te cantará, una de las grandes discordancias de la reciente edición de los premios Goya.
«Dos películas interconectadas tanto por lo que desvelan, como por aquello que no cuentan y que encierran un significado en círculo sobre la transmisión generacional y la creación de la identidad propia, así como su encaje en la comunidad.»Sara Martínez, Espinof
Complicidad de sus coguionistas
Moviéndose con diestra solvencia –imagen depurada, estilo refinado– en las ambigüedades umbrales y los espacios comunes de una particular narrativa que reformula las ecuaciones entre ficción y documental, Lacuesta se ha servido de la complicidad de sus coguionistas Isa Campo y Fran Araujo para articular “un relato que crea una ilusión de pura vida, aparentemente despojada de artificio”, muy al contrario de las ínfulas y florituras que el estilo del que esto suscribe pretende (como muestra el botón del presente hipérbaton facilón, que aparejado de regalo trae el pareado).
Dice Jordi Costa que Lacuesta ha hecho un Houdini, “desapareciendo tras el minucioso trabajo necesario para crear este veraz espejismo de vida”, un trabajo que utiliza la realidad como materia prima para elaborar un viaje siguiendo la estructural senda del tiempo de documentales como –aquí papel y lápiz, nenas– Farrebique y Biquefarre de Georges Rouquier o Veinte años no es nada de Joaquim Jordà.
Dirección de Actores
Lo que no desaparece ni por un segundo es una sobresaliente dirección de actores (Isra y Cheíto Gómez Romero, Rocío Rendón…) para dar esa vida a unos seres conocedores de su estatus periférico, que se empeñan en sobrevivir entre la esperanza y la angustia de un medio hostil y sin perspectivas, y que acaban dando testimonio de toda una sociedad.
Un material que en manos de cualquiera fácilmente se hubiera precipitado hacia el derrotismo, pero que la batuta de Lacuesta convierte en un relato vibrante y apasionado, que no solo sirve para dar fe del impacto implacable del paso del tiempo, sino también para hablar sin condescendencias ni moralismos del pulso entre marginalidad e integración.
«Y todo parece sencillo, como si descorrer un visillo y que pasen doce años fuera lo más natural del mundo.» Jordi Costa, El País
En La leyenda del tiempo apeló a los dos pilares fundamentales que, según Bazin, sostenían la singularidad del séptimo arte: la temporalidad y el realismo. Entre dos aguas parece responder (…) a la necesidad de depurar el registro de la película anterior: desbrozar lo que en ella aún podía haber de construcción. Jordi Costa
Concha de Oro
Que posea en su currículum la Concha de Oro a la mejor película de San Sebastián, el mismo galardón junto al de mejor actor en el Festival del Mar del Plata, el especial de los Feroz o siete de los Gaudí son buenos argumentos para respaldar el alegato del principio, además de competentes razones para que no pierdas más tiempo en iniciar el vuelo de peregrinación semanal hacia nuestro templo del conocimiento donde de nuevo el tiempo, o las vidas, se miden ya en frames, porque ni siquiera el fotograma ha logrado escapar a la degradación. Pero si eso no es suficiente, estas consideraciones de Mirito Torreiro sentencian por qué esta película te concierne:
“porque es la vida frame a frame. Porque es verdad. Porque es la mejor película española del año.”
Ea, pues, que pasa la vida, que decían los de la Pata Negra, y tú, afortunado volador, tienes el cine para que ni tus ilusiones ni tus bellos sueños… nada se olvide.
Be the first to comment