Cuando hablamos de la película de hoy, hablamos de la gran película de la temporada, la peli del año, y podemos sentirnos seguros de recuperar el sentido y el valor preciso de un término tan abstracto y abusado como “obra maestra”: Parásitos es el mejor largometraje de la impecable filmografía del genio surcoreano Bong Joon-ho, y una de las mejores obras de una década a punto de terminar.
Entroncando con la pasada El Hoyo (#489, 8 de cresta), distópica parábola patria sobre la lucha de clases, he aquí la historia de dos espacios cuya suma, en manos de Bong Joon-ho, es un mundo en guerra, aunque se quiera aparentar que la lucha pertenece a otra época. Y es difícil encontrar una película reciente que defina de forma tan visual, a través de la arquitectura doméstica, los perversos mecanismos de dominación del capitalismo neoliberal.
Convertirse en Clásico
Para comprender por qué Parásitos es, sin duda, una firme candidata a convertirse en clásico de culto, es necesario incidir sobre todos sus aspectos formales y narrativos, próximos a una perfección presumiblemente inalcanzable: desde la descomunal proeza visual en la dirección y puesta en escena, de virtuosa invisibilidad de mecanismos, hasta su propuesta narrativa, rompiendo infundados prejuicios sobre el cine comprometido —convirtiendo un drama de fuerte crítica social en una experiencia apasionante.
Un brutal laberinto de sorpresas, giros imposibles y protagonistas redondos que se sirve de los recursos habituales que hacen único el prolífico y eficiente cine coreano —peculiar estructura en cuatro actos— para dejar boquiabierto al respetable.
Con ecos de El sirviente de Joseph Losey —nota para el examen que esto es de escuelade cine— o de La ceremonia de Claude Chabrol —a quien se apelaba como cineasta-entomólogo que observa a sus burgueses como insectos dentro de un tarro—, Bong Joon-ho examina con visión quirúrgica, meridiana, el concepto de parásito social: no solo los observa, sino que los maltrata, les devuelve una extraña ternura, se ríe de ellos, intenta comprenderles y, de paso, nos pone a nosotros, espectadores, antes sus complejidades y contradicciones, colocándonos frente al espejo de una hiriente realidad.
Aunque, tal vez, el mayor logro de Parásitos sea el modo en que fusiona tonos y subgéneros, desde el drama de manual al thriller de esencia hitchcockiana, pasando por una comedia negra como el carbón, en un ejercicio de funambulismo, a priori, irrealizable.
Joon-ho
Joon-ho ya ha demostrado en joyas como Mother o The Host su capacidad para sintetizar los cócteles más atípicos, pero es su último trabajo hasta la fecha el que presenta la fórmula más depurada, dejando un poso en el que amargor y dulzura se fusionan en un sabor único y difícilmente imitable.
Sometiéndonos a una sucesión de giros argumentales que nos incapacitan para adivinar qué pasará después, Boong-ho va conectando cada escena con la siguiente con precisión de relojero suizo sin dejar que el mecanismo se deje ver, confirmándolo como maestro que jugetea con enorme gracia entre la comedia amable, el drama doméstico, la sátira salvaje, el suspense, el terror y la más conmovedora tragedia.
Dando continuidad a las preocupaciones por las desigualdades de clase presentes en sus anteriores trabajos, al menos desde The Host –detectables referencias tanto a Memorias del subsuelo como, sobre todo, a La metamorfosis de Kafka– Parásitos habla de las ilusiones que la riqueza crea tanto a quienes la poseen como a quienes solo la pueden admirar desde fuera. Y habla de lo que sienten quienes son dejados al margen del sistema, desesperados por recibir siquiera un mínimo reconocimiento.
Parásitos
Lla mejor película de Bong Joon-ho, y eso significa mucho considerando la incontestabilidad de su obra. Sus fugaces dos horas y cuarto y el tsunami de estímulos con los que golpea sólo pueden ser comparadas con algunas de las grandes sinfonías. Estamos ante una de esas creaciones que hacen confluir sus instrumentos —ya sean musicales o fílmicos— en una única pieza que cala hondo en el corazón, emocionando, maravillando, y estremeciendo como sólo pueden hacerlo las obras maestras.
Palma de Oro en Cannes
Con una estela de galardones que iluminará el firmamento fílmico para siempre –Palma de Oro en Cannes, mejor peli en el Círculo de Críticos de Nueva York, mejor peli en el National Board of Review, Premio Especial del American Film Instiute, mejor peli en los BIFA y nominaciones en los Independent y los Satellite, por citar algo– la cima (por el momento) de este cineasta único te propone hoy doble sesión por el mismo precio, en simultánea experiencia para ver el mundo:
decidir si prefieres picotear con su persuasiva crueldad o prefieres elevarte con su mordaz humanismo es una contradicción moral, porque, además de la peli del año que no puedes perderte, contemplarla es un placer perverso de principio a fin.
Yema, sólo yema, Boyero incluído
“Pertenece al género de lo deslumbrante, pesadilla tan certera y cercana que escuece tanto como divierte, con la maestría de una puesta en escena siempre en el límite de lo verosími.”.
Luis Martínez: El Mundo
“La urdimbre argumental es humeante, vitriólica, y su puesta en escena es portentosa. Uno no se repone fácilmente de esta película bárbara, y finísima, y feroz.”.
Oti Rguez. Marchante: ABC
“Interesante película, que no me entusiasma, pero me parece inquietante.”
Carlos Boyero: El País
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