Esta mañana el viajero ha madrugado y ha salido con la fresca para hacer su particular romería de la Virgen del Salobrar. Aunque seguramente vuelva a hacerla el sábado acompañando a la imagen de la Virgen hasta la dehesa, hoy ha preferido caminar en solitario para así desviarse un poco y recorrer el ya trillado camino por los restos del poblado y las necrópolis del Canchal. Tienen pensado hacer solo una breve pasada porque el camino es largo y el sol de primavera “pica” a partir de cierta hora.
Tras coronar el cerro en el que se asentaba parte del poblado decide atajar campo a través entre las escobas y las jaras para llegar a una peña por el que siente cierta predilección. Es una roca aplanada y solitaria con dos piletas excavadas que posiblemente sean producto de la erosión causada por el agua. Sin embargo, su situación a los pies del poblado y a media ladera, hace de ella un mirador excepcional desde el que se observan no solo gran parte de la dehesa de Jaraíz sino también las vegas del Tiétar y las estribaciones de las Villuercas. Una perfecta atalaya que quizás pudo haber servido de pequeño altar ya
que junto a la pileta mayor se pueden apreciar algunas cazoletas. Desde luego no sería mal sitio para realizar ofrendas o sacrificios.
Sentado sobre dicha roca, el viajero piensa, mientras repone fuerzas, que allá abajo, cerca del río Tiétar se encontraba la antigua ermita de la Virgen, en un lugar salobre e improductivo, de ahí su nombre, “salobrar”, hasta que “la francesada” la destruyó obligando al pueblo a trasladar la imagen a la ermita del Cristo de la Humildad, cercana al pueblo. Curiosamente, la imagen pasó de estar a orillas del río a aposentarse junto a otras aguas, las de la laguna del Ejido, mucho más vivas y animadas, a juzgar por las ranas que con su croar amenizan las noches de estío. Entre el río y su “mirador” ven las charcas de los pescadores y un poquito más arriba la “encina del milagro”, el punto central de su paseo, que también es la meta de la romería.
En su cabeza repasa la historia que le ha contado algún lugareño sobre lo que allí tuvo lugar. Le sucedió a una familia que volvía de las tierras y que se vio sorprendida por una terrible tormenta. Ante la fuerza del temporal, se refugiaron bajo una encina, mientras se encomendaban a la Virgen del Salobrar para que les protegiera. Su oración fue escuchada pues nada más abandonar la protección de la encina para refugiarse en una caseta cercana, cayó un rayo sobre el árbol, calcinándolo por completo. La familia viendo lo sucedido dio gracias a la Virgen y prometió convertir dicha caseta en una pequeña ermita
en honor a la Santísima Virgen. Y hasta ella van los romeros cada año para rememorar dicho acontecimiento.
El viajero sabe que ríos, lagunas y encinas son lugares y árboles muy relacionados desde antiguo con las apariciones de la Virgen, como muestran algunas advocaciones marianas. Sin embargo, en el caso de Jaraíz, el “milagro de la encina” tiene un plus. Su particularidad no radica solo en el milagro en sí, si no también en el sitio en el que tuvo lugar ya que no es un sitio cualquiera. Sentado en su canchal, el viajero recuerda que justo detrás de la caseta-ermita hay otras piedras desde las cuales se ve el mismo paisaje que él está viendo ahora, pero en sentido opuesto. Y sabe también que sobre esas piedras hay, desde
tiempos inmemoriales, no una o dos cazoletas como las están a su lado junto a las piletas sino varias decenas que ocupan casi toda la superficie de las lanchas. Estas marcas en la piedra muestran que ya desde antiguo ese sitio tenía algo especial, algo mágico, algo milagroso, algo que ha trascendido los siglos y que hace de él un lugar de memoria y de respeto que hay que seguir conservando y preservando.
Con estos pensamientos y con las fuerzas recuperadas, el viajero se coloca de nuevo su mochila y agarrando su bastón de caminante prosigue su paseo hacia la “encina milagrosa” con una extraña sonrisa en su cara, quizás porque está pensando en otro milagro de la Virgen del Salobrar que le contaron no hace mucho en el que se vieron implicados unos jóvenes de Jaraíz, pero esa … es otra historia.
Artículo de Francisco Vicente Calle Calle
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